19.1.12

¡Vuelva a bordo, coño!


Por Ramón Maceiras López
La cobarde actitud de Francesco Schettino (en la foto de arriba), capitán del naufragado crucero Costa Concordia, tiene el valor simbólico de ser todo un signo de los tiempos. Pillado el indigno capitán por las grabaciones de la conversación que sostuvo con la Capitanía de Puerto, sacó a relucir otra cara de estos cínicos tiempos: no huyó del barco, se cayó a una lancha salvavidas. En medio del drama, surge otro símbolo: el capitán Gregorio de Falco, quien desde su puesto de mando en la Capitanía de Puerto le ordena a Schettino que asuma su papel, y lo increpa con tono imperativo:

-¡Vuelva a bordo, coño! ¡Es una orden!

Cobardía y egoísmo, mentira e irresponsabilidad aparecen, por una parte, en el comportamiento de Schettino. Sentido del honor, responsabilidad y liderazgo, por la otra, en la actitud de De Falco. Schettino y De Falco expresan dos posibles actitudes frente al desastre colectivo desde posiciones de mando. La primera es la expresión cruda del ¡sálvese quien pueda!, anclada en el rampante narcisismo, individualismo y egoísmo contemporáneos. No hay reglas cuando se trata de la supervivencia individual. Yo soy la persona más importante del mundo, es el gran mantra ¡Qué tiempos aquellos cuando el capitán Achab se hundía con Moby Dick y las novelas de Conrad nos pintaban a aquellos lobos de mar, los últimos en abandonar el barco! La fulana autoestima se pierde en un acto despreciable realizado, paradójicamente, en nombre de la susodicha autoestima del hombre más importante del mundo.

De Falco le recuerda al infame capitán cuál es su deber. Lo siente acobardado y en fuga y, en nombre del honor marinero, le ordena que vuelva a bordo y asuma sus responsabilidades. Schettino no vuelve. La tragedia está servida. Algunos miembros de la tripulación asumen la tarea de coordinación de la evacuación, otros siguen la consigna de su capitán. Las más diversas personas tratan de ayudar en algo. La inmensa mayoría se deja llevar por el pánico... Pudo haber sido peor. Obviamente, la película no tardará en llegar. El naufragio del Costa Concordia tiene todos los ingredientes simbólicos de la crisis. Incluso, uno muy curioso y prometedor, casi délfico: el barco no se hunde...Encalla y pronto será reflotado. Todo muy distinto al caso del Titanic, de cuyo hundimiento se cumplen en abril 100 años.

La tragedia ilustra también la situación italiana. A la pésima y vergozosa reputación del naufragado pornogobierno de Berlusconi -el de las velinas, el bumgabumga y la corrupción- sólo le faltaba adicionar un acto de cobardía de un capitán, que de paso tendrá consecuencias en el negocio de los cruceros por el Mediterráneo. Por suerte para los italianos, no todo está perdido...En medio de la crisis, surgió el capitán Gregorio de Falco (a la izquierda).

¿Cuántas veces, a lo largo de nuestras vidas, hemos actuado como Schettino y cuántas como De Falco? Salvación personal o salvación colectiva ¿Realmente merece la pena sobrevivir llevando en la conciencia el peso de los muertos, heridos y -lo que es más grave- el fardo de la propia indignidad?

La moraleja de la historia es contundente. Al final, Schettino no se salva. Lo espera la cárcel y la deshonra. En el medio de la crisis, lo mejor es siempre afrontar los problemas con responsabilidad, entereza. Mirar la tragedia cara a cara. Tomar el toro por los cuernos. La mayor parte de las veces, el barco tampoco se hunde...

1 comentario:

María Cid dijo...

Muy bueno este artículo Ramón. Felicidades. Realmente me ha gustado.