Por Ramón Maceiras López
La materia prima, los datos, el conocimiento que se necesita para razonar y tomar decisiones llega a la mente en forma de imágenes. Usamos aquí el concepto de imagen en su sentido amplio, como representación. Si el lector mira en este momento el paisaje que se le ofrece desde la ventana de su habitación, o escucha la voz de alguien de su familia, o pasa los dedos por una superficie sintética, o lee estas palabras, está percibiendo imágenes de varias modalidades sensoriales. Se les denomina imágenes perceptuales.
La materia prima, los datos, el conocimiento que se necesita para razonar y tomar decisiones llega a la mente en forma de imágenes. Usamos aquí el concepto de imagen en su sentido amplio, como representación. Si el lector mira en este momento el paisaje que se le ofrece desde la ventana de su habitación, o escucha la voz de alguien de su familia, o pasa los dedos por una superficie sintética, o lee estas palabras, está percibiendo imágenes de varias modalidades sensoriales. Se les denomina imágenes perceptuales.
A
continuación, podemos abandonar la percepción del ahora, del
momento actual, y dirigir los pensamientos a un familiar lejano, a
las palabras del párrafo anterior, a una melodía relacionada pero
no presente actualmente, etc. Esos pensamientos siguen estando
constituidos por imágenes que pueden expresarse en formas, colores,
movimientos, tonos, palabras habladas. Esas imágenes que surgen
cuando recordamos algo del pasado se denominan imágenes
rememoradas.
Pero
también podemos pensar el futuro en forma de imágenes. Pensamos por
ejemplo en el coche que tenemos en el garage y nos proponemos lavarlo
y encerarlo el próximo fin de semana. Mientras desplegamos la
planificación de tal tarea aparecen imágenes de formas,
movimientos, colores, etc, y se consolida una memoria ficticia en la
mente. Aunque no lavemos el coche el próximo fin de semana el
proceso de pensamiento sobre el futuro se desarrolla igualmente en
forma de imágenes.
Todas
esas imágenes perceptuales, rememoradas o del futuro son
construcciones cerebrales, fraguadas por medio de una compleja
maquinaria neural compuesta de percepción, memoria y razonamiento.
El proceso puede desatarse desde fuera del organismo, en el caso de
las imágenes perceptuales, o a partir del interior de nuestro
organismo, cuando por ejemplo cerramos los ojos y recordamos imágenes
visuales guardadas en la memoria o nos dedicamos a imaginar el
futuro.
El
proceso de formación de esas imágenes empieza a ser comprendido de
forma más cabal en los últimos años. Cuando percibimos el paisaje
de la ventana, las señales procedentes del ojo y la retina son
transportadas por la neuronas a lo largo de sus axones y a través de
sinapsis electroquímicas hasta el cerebro, concretamente hasta las
cortezas visuales iniciales. Un dolor en el brazo utilizaría otra
vía, las terminaciones nerviosas en el brazo hasta las cortezas
somatosensoriales en otra área del cerebro. Es curioso que no haya
un centro cerebral único para la percepción, sino que el proceso se
desarrolla a lo largo y ancho de todo el cerebro. Pero el proceso de
formación de imágenes requiere no sólo la captación de las
señales, su transporte y posterior elaboración en las cortezas
cerebrales adecuadas. Requiere la consciencia de ellas y su
individualización para que sean “nuestras” imágenes. Eso
significa que esas representaciones tienen que estar correlacionadas
con la base neural del yo. De no ser así, no pasaríamos de hacer lo
mismo que hace el objetivo de una cámara fotográfica. Es la
existencia de un yo subjetivo lo que le da carácter a esa percepción
y la individualiza.
Volvamos
a Damasio para saber cómo se guardan esas imágenes:
“Las
imágenes no se almacenan como fotografías en facsímil de cosas,
acontecimientos, palabras o frases. El cerebro no archiva fotografias
Polaroid de personas, objetos, paisajes; ni tampoco almacena cintas
de audio de música y conversación; no almacena películas o escenas
de nuestra vida; ni mantiene el tipo de chuletas y de teleapuntadores
que permiten a los políticos ganarse el pan cotidiano. Para
abreviar, parece que no existen imágenes de nada que se conserven de
forma permanente, ni siquiera miniaturizadas, no hay microfichas ni
microfilmes, no hay copias impresas. Dada la cantidad de conocimiento
que adquirimos a lo largo de una vida, cualquier tipo de
almacenamiento de facsímiles plantearía probablemente problemas de
capacidad insuperables”.
¿Qué
sucede entonces? ¿Cómo accedemos a esas imágenes? Damasio, en un
intento por exponer lo que se sabe hasta el momento de ese proceso,
nos lo explica así:
“Todos
nosotros tenemos experiencia directa de que cuando rememoramos un
objeto dado, o cara, o escena, no obtenemos una reproducción exacta
sino más bien una interpretación, una versión acabada de construir
del original. Hay que añadir que, a medida que nuestra edad y
experiencia cambian, las versiones de la misma cosa evolucionan (…)
Pero la negación de que puedan existir imágenes permanentes de algo
en el cerebro debe de reconciliarse con la sensación, que todos
nosotros compartimos, de que podemos
evocar, en el ojo, en el oído de nuestra mente, aproximaciones de
imágenes que experimentamos previamente. El que estas aproximaciones
no sean exactas, o sean menos vívidas que las imágenes que se
pretende que produzcan, no contradice este hecho. Una respuesta
tentativa a este problema sugiere que estas imágenes mentales son
construcciones momentáneas, intentos de replicación de pautas que
se experimentaron en otro momento, en las que la probabilidad de
replicación exacta es baja pero la probabilidad de replicación
sustancial puede ser superior o inferior, dependiendo de las
circunstancias en las que las imágenes se aprendieron y están
siendo rememoradas. Estas imágenes rememoradas tienden a mantenerse
en la consciencia sólo de manera fugaz, y aunque puede parecer que
son buenas réplicas, con frecuencia son inexactas o incompletas”.
Detengámonos
en la idea de que la probabilidad de replicación depende
de las circunstancias en las que la imágenes se aprendieron y están
siendo rememoradas. Esta
idea es clave en la comunicación de influencia o persuasiva. Y nos obliga a preparar
las circunstancias
adecuadas para que ese mensaje para el que queremos lograr adhesión
se fije de tal manera que su impacto deje una huella sustancial en la
frágil memoria del receptor. La
preparación de circunstancias adecuadas afecta tanto las
características y estilo del orador, como del edificio
estructural del mensaje, como del espacio en el que se produce la
persuasión y de las características del auditorio.
Si el
pensamiento está hecho esencialmente de imágenes ¿cúal es el
papel de las palabras y de los símbolos en el pensamiento? La
explicación más plausible, según el grado de conocimiento actual
del problema, indica que tanto las palabras como los símbolos se
basan en representaciones organizadas topográficamente y pueden
convertirse en imágenes. “La
mayoría de palabras que usamos en nuestro discurso interior, antes
de hablar o de escribir una frase, existen en forma de imágenes
auditivas o visuales en nuestra consciencia. Si no se convirtieran en
imágenes, por fugazmente que fuera, no serían algo que pudiéramos
conocer”.
Aunque
está manera de entender el valor de las imágenes en el proceso del
pensamiento es relativamente reciente, pues ha sido desarrollada en
gran parte por Roger Shepard y Stephen Kosslyn en Mental
Images and their Transformation
(1982) e Image and Mind
(1980), la idea era ya atractiva para personas como Albert Einstein,
quien parecía tenerlo muy claro:
“Las
palabras del lenguaje, tal como se escriben o se hablan, no parecen
desempeñar papel alguno en mi mecanismo de pensamiento. Las
entidades psíquicas que parecen servir como elementos en el
pensamiento son determinados signos e imágenes más o menos claras
que pueden reproducirse y combinarse “voluntariamente” (…) Los
elementos anteriormente mencionados son, en mi caso, de tipo visual
y…muscular. Las palabras u otros signos convencionales sólo han de
buscarse laboriosamente en una fase secundaria, cuando el juego
asociativo citado se halla suficientemente establecido y puede
reproducirse a voluntad”.
Otros
notables matemáticos han expresado ideas similares. El hecho de que
el principal contenido de nuestros pensamientos son imágenes,
independientemente de la modalidad sensorial en la que sean
generadas, al margen de si se refieren a una cosa o a un proceso que
implica cosas, sin importar tampoco que sean palabras u otros
símbolos que correspondan a cosas o procesos, llevó a dos
personajes geniales a concebir una de las claves de la Programación
Neurolingüística (PNL). Pero de Richard Bandler y John Grinder hablaremos en el próximo post.
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