13.4.12

Las imágenes, claves en la oratoria



Por Ramón Maceiras López
La materia prima, los datos, el conocimiento que se necesita para razonar y tomar decisiones llega a la mente en forma de imágenes. Usamos aquí el concepto de imagen en su sentido amplio, como representación. Si el lector mira en este momento el paisaje que se le ofrece desde la ventana de su habitación, o escucha la voz de alguien de su familia, o pasa los dedos por una superficie sintética, o lee estas palabras, está percibiendo imágenes de varias modalidades sensoriales. Se les denomina imágenes perceptuales.

A continuación, podemos abandonar la percepción del ahora, del momento actual, y dirigir los pensamientos a un familiar lejano, a las palabras del párrafo anterior, a una melodía relacionada pero no presente actualmente, etc. Esos pensamientos siguen estando constituidos por imágenes que pueden expresarse en formas, colores, movimientos, tonos, palabras habladas. Esas imágenes que surgen cuando recordamos algo del pasado se denominan imágenes rememoradas.

Pero también podemos pensar el futuro en forma de imágenes. Pensamos por ejemplo en el coche que tenemos en el garage y nos proponemos lavarlo y encerarlo el próximo fin de semana. Mientras desplegamos la planificación de tal tarea aparecen imágenes de formas, movimientos, colores, etc, y se consolida una memoria ficticia en la mente. Aunque no lavemos el coche el próximo fin de semana el proceso de pensamiento sobre el futuro se desarrolla igualmente en forma de imágenes.

Todas esas imágenes perceptuales, rememoradas o del futuro son construcciones cerebrales, fraguadas por medio de una compleja maquinaria neural compuesta de percepción, memoria y razonamiento. El proceso puede desatarse desde fuera del organismo, en el caso de las imágenes perceptuales, o a partir del interior de nuestro organismo, cuando por ejemplo cerramos los ojos y recordamos imágenes visuales guardadas en la memoria o nos dedicamos a imaginar el futuro.

El proceso de formación de esas imágenes empieza a ser comprendido de forma más cabal en los últimos años. Cuando percibimos el paisaje de la ventana, las señales procedentes del ojo y la retina son transportadas por la neuronas a lo largo de sus axones y a través de sinapsis electroquímicas hasta el cerebro, concretamente hasta las cortezas visuales iniciales. Un dolor en el brazo utilizaría otra vía, las terminaciones nerviosas en el brazo hasta las cortezas somatosensoriales en otra área del cerebro. Es curioso que no haya un centro cerebral único para la percepción, sino que el proceso se desarrolla a lo largo y ancho de todo el cerebro. Pero el proceso de formación de imágenes requiere no sólo la captación de las señales, su transporte y posterior elaboración en las cortezas cerebrales adecuadas. Requiere la consciencia de ellas y su individualización para que sean “nuestras” imágenes. Eso significa que esas representaciones tienen que estar correlacionadas con la base neural del yo. De no ser así, no pasaríamos de hacer lo mismo que hace el objetivo de una cámara fotográfica. Es la existencia de un yo subjetivo lo que le da carácter a esa percepción y la individualiza.

Volvamos a Damasio para saber cómo se guardan esas imágenes:

Las imágenes no se almacenan como fotografías en facsímil de cosas, acontecimientos, palabras o frases. El cerebro no archiva fotografias Polaroid de personas, objetos, paisajes; ni tampoco almacena cintas de audio de música y conversación; no almacena películas o escenas de nuestra vida; ni mantiene el tipo de chuletas y de teleapuntadores que permiten a los políticos ganarse el pan cotidiano. Para abreviar, parece que no existen imágenes de nada que se conserven de forma permanente, ni siquiera miniaturizadas, no hay microfichas ni microfilmes, no hay copias impresas. Dada la cantidad de conocimiento que adquirimos a lo largo de una vida, cualquier tipo de almacenamiento de facsímiles plantearía probablemente problemas de capacidad insuperables”. 

¿Qué sucede entonces? ¿Cómo accedemos a esas imágenes? Damasio, en un intento por exponer lo que se sabe hasta el momento de ese proceso, nos lo explica así:

Todos nosotros tenemos experiencia directa de que cuando rememoramos un objeto dado, o cara, o escena, no obtenemos una reproducción exacta sino más bien una interpretación, una versión acabada de construir del original. Hay que añadir que, a medida que nuestra edad y experiencia cambian, las versiones de la misma cosa evolucionan (…) Pero la negación de que puedan existir imágenes permanentes de algo en el cerebro debe de reconciliarse con la sensación, que todos nosotros compartimos, de que podemos evocar, en el ojo, en el oído de nuestra mente, aproximaciones de imágenes que experimentamos previamente. El que estas aproximaciones no sean exactas, o sean menos vívidas que las imágenes que se pretende que produzcan, no contradice este hecho. Una respuesta tentativa a este problema sugiere que estas imágenes mentales son construcciones momentáneas, intentos de replicación de pautas que se experimentaron en otro momento, en las que la probabilidad de replicación exacta es baja pero la probabilidad de replicación sustancial puede ser superior o inferior, dependiendo de las circunstancias en las que las imágenes se aprendieron y están siendo rememoradas. Estas imágenes rememoradas tienden a mantenerse en la consciencia sólo de manera fugaz, y aunque puede parecer que son buenas réplicas, con frecuencia son inexactas o incompletas”.

Detengámonos en la idea de que la probabilidad de replicación depende de las circunstancias en las que la imágenes se aprendieron y están siendo rememoradas. Esta idea es clave en la comunicación de influencia o persuasiva. Y nos obliga a preparar las circunstancias adecuadas para que ese mensaje para el que queremos lograr adhesión se fije de tal manera que su impacto deje una huella sustancial en la frágil memoria del receptor. La preparación de circunstancias adecuadas afecta tanto las características y estilo del orador, como del edificio estructural del mensaje, como del espacio en el que se produce la persuasión y de las características del auditorio

Si el pensamiento está hecho esencialmente de imágenes ¿cúal es el papel de las palabras y de los símbolos en el pensamiento? La explicación más plausible, según el grado de conocimiento actual del problema, indica que tanto las palabras como los símbolos se basan en representaciones organizadas topográficamente y pueden convertirse en imágenes. “La mayoría de palabras que usamos en nuestro discurso interior, antes de hablar o de escribir una frase, existen en forma de imágenes auditivas o visuales en nuestra consciencia. Si no se convirtieran en imágenes, por fugazmente que fuera, no serían algo que pudiéramos conocer”. 

Aunque está manera de entender el valor de las imágenes en el proceso del pensamiento es relativamente reciente, pues ha sido desarrollada en gran parte por Roger Shepard y Stephen Kosslyn en Mental Images and their Transformation (1982) e Image and Mind (1980), la idea era ya atractiva para personas como Albert Einstein, quien parecía tenerlo muy claro:

Las palabras del lenguaje, tal como se escriben o se hablan, no parecen desempeñar papel alguno en mi mecanismo de pensamiento. Las entidades psíquicas que parecen servir como elementos en el pensamiento son determinados signos e imágenes más o menos claras que pueden reproducirse y combinarse “voluntariamente” (…) Los elementos anteriormente mencionados son, en mi caso, de tipo visual y…muscular. Las palabras u otros signos convencionales sólo han de buscarse laboriosamente en una fase secundaria, cuando el juego asociativo citado se halla suficientemente establecido y puede reproducirse a voluntad”. 

Otros notables matemáticos han expresado ideas similares. El hecho de que el principal contenido de nuestros pensamientos son imágenes, independientemente de la modalidad sensorial en la que sean generadas, al margen de si se refieren a una cosa o a un proceso que implica cosas, sin importar tampoco que sean palabras u otros símbolos que correspondan a cosas o procesos, llevó a dos personajes geniales a concebir una de las claves de la Programación Neurolingüística (PNL). Pero de Richard Bandler y John Grinder hablaremos en el próximo post.

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