Por Ramón Maceiras López
Ya dijimos que la persuasión no se mueve en el mundo de las certezas, lo matemático, sino en el plano de lo subjetivo, opinable, verosímil y en la lógica de lo razonable, plausible y preferible.
Ya dijimos que la persuasión no se mueve en el mundo de las certezas, lo matemático, sino en el plano de lo subjetivo, opinable, verosímil y en la lógica de lo razonable, plausible y preferible.
De aquí
surge algo crucial para entender la esencia de la persuasión: ¿cómo
es posible entonces que un mensaje relativamente tan endeble –ni
demostrable, ni necesario, ni evidente- sea capaz de persuadir a
alguien? Hay muchas razones para pensar que ese mensaje persuade
porque en la situación específica de comunicación cuenta con un
plus afirmativo
que le es suministrado por las cualidades
del orador y por las
características neuropsicológicas de unos receptores
que han sido seducidos y se muestran favorables a la persuasión.
La
Neurociencia ha dado, en los últimos años, nuevas luces sobre el
funcionamiento del cuerpo, el cerebro y la mente, de indudable
aplicación e importancia en el campo de la Oratpria 2.0.
El gran médico e investigador estadounidense de origen portugués,
Antonio Damasio, ha mostrado a finales del siglo XX que las emociones
son simplemente indispensables
para la razón.
En un
libro que se ha convertido en un clásico y que es un intento de
sintetizar lo que se conoce sobre el funcionamiento del cerebro
humano (El error de
Descartes), Damasio afirma
que “los sentimientos son
tan cognitivos como cualquier otra imagen perceptual y tan
dependientes del córtex cerebral como cualquier otra imagen”.
Ya antes
de Damasio, el filósofo Robert Solomon defendía el papel
fundamental de las emociones en el proceso de toma de decisiones: “se
dice que las emociones distorsionan nuestra realidad; yo defiendo que
ellas son responsables por ella. Las emociones, dicen, nos dividen y
nos desencaminan de nuestros intereses; yo defiendo que las emociones
crean nuestros intereses y nuestros propósitos. Las emociones, y
consecuentemente las pasiones en general, son nuestras razones en la
vida. Aquello que se llama razón son las pasiones esclarecidas,
iluminadas por la reflexión y apoyadas por la deliberación
perspicaz que las emociones en su urgencia normalmente excluyen” .
En el
Error de Descartes,
Damasio rompe con la perspectiva tradicional que implicaba una
radical separación entre la razón y la emoción, de tal suerte que
a cada una de ellas se le asignaban sistemas neurológicos autónomos.
La emoción era considerada como una fuente perturbadora del
razonamiento, lo cual se expresa en el dicho popular de que las
decisiones sensatas se deben tomar “con la cabeza fría”:
“Crecí
acostumbrado a pensar que los mecanismos de la razón existían en
una región distinta de la mente, donde no debía permitirse que la
emoción se entrometiera, y cuando pensaba en el cerebro que había
detrás de esta mente imaginaba sistemas neurales separados para la
razón y la emoción. Era esta una opinión muy generalizada sobre la
relación entre razón y emoción, en términos mentales y neurales”.
Damasio
reflexiona a partir de su formación académica y la contestación
que la misma sufrió en su práctica médica cuando observó cómo
uno de sus pacientes no conseguía resolver o decidir adecuadamente
pequeños problemas prácticos de la vida diaria, a pesar de que una
dolencia neurológica en el lóbulo frontal del cerebro no había
afectado su capacidad racional:
“Pero
ahora tenía ante mis ojos al ser humano más frío, menos emocional
y más inteligente que uno pueda imaginarse, y sin embargo su razón
práctica estaba tan deteriorada que producía, en los extravíos de
la vida cotidiana una sucesión de errores una violación perpetua de
lo que se consideraría socialmente apropiado y personalmente
ventajoso. Había poseído una mente completamente sana hasta que una
enfermedad neurológica dañó un sector concreto de su cerebro y, de
un día para otro, provocó este profundo defecto en la toma de
decisiones. Poseía intactos los instrumentos que generalmente se
consideraban necesarios y suficientes para el comportamiento
racional: tenía el conocimiento, la atención y la memoria
suficientes para el comportamiento racional; su lenguaje era
impecable; podía efectuar cálculos; podía habérselas con la
lógica de un problema abstracto. Sólo existía un complemento
significativo a su fracaso en la toma de decisiones: una notoria
alteración de la capacidad de experimentar sentimientos. La razón
defectuosa y los sentimiento menoscabados aparecían juntos como
consecuencia de una lesión cerebral específica, y esta correlación
me sugirió que el sentimiento era un componente integral de la
maquinaria de la razón. Dos décadas de trabajo clínico y
experimental con un gran número de pacientes neurológicos me han
permitido replicar muchas veces esta observación, y transformar un
indicio en una hipótesis verificable”.
Obviamente,
Damasio es consciente de que en ciertas circunstancias las emociones
y sentimientos perturban el proceso normal de razonamiento:
“Por
ello es incluso mas sorprendente y nuevo que la ausencia de emoción
y sentimiento sea no menos perjudicial, no menos capaz de comprometer
la racionalidad que nos hace distintivamente humanos y nos permite
decidir en consonancia con un sentido de futuro personal, convención
social y principio moral”.
Damasio
llegó, a lo largo de su práctica médica y su labor como
investigador en el Departamento de Neurología de la Facultad de
Medicina de la Universidad de Iowa y como profesor del Salk Institute
for Biological Studies de La Jolla, en California, Estados Unidos, a
la siguiente conclusión:
“(…)
La razón humana depende de varios sistemas cerebrales, que trabajan
al unísono a través de muchos niveles de organización neuronal y
no de un único centro cerebral. Centros cerebrales de “alto nivel”
y de “bajo nivel”, desde las cortezas prefrontales al hipotálamo
y al tallo cerebral, cooperan en la constitución de la razón”.
“Los
niveles inferiores en el edificio neural de la razón son los mismos
que regulan el procesamiento de las emociones y los sentimientos,
junto con las funciones corporales necesarias para la supervivencia
de un organismo. A su vez, estos niveles inferiores mantienen
relaciones directas y mutuas con prácticamente todos los órganos
corporales, colocando así directamente al cuerpo dentro de la cadena
de operaciones que generan las más altas capacidades de
razonamiento, toma de decisiones y, por extensión, comportamiento
social y creatividad. La emoción, el sentimiento y la regulación
biológica desempeñan su papel en la razón humana”.
Ya hemos
dicho que la toma de decisiones está en la base de la comunicación
persuasiva y es su criterio básico de eficacia, de tal forma que
esta concepción sobre el funcionamiento de la mente humana en el
proceso de razonar y decidir (adherirse o no adherirse a una tesis,
en el caso de la persuasión) conduce a interesantes caminos a la
hora de pensar y ejecutar la comunicación persuasiva. No entramos
aquí en las repercusiones trascendentales que tiene este hallazgo en
los campos de la medicina, la educación, la comunicación en
general, la cultura, la vida social, etc.
Parece
entonces inevitable desprender una primera conclusión de los
hallazgos de la Neurociencia: la
lógica argumentativa (la
razón pura) por sí
sola no basta para explicar y obtener la adhesión de un auditorio.
Hay factores no intelectuales, emotivos, que inciden en el
razonamiento y en la adhesión. Por lo tanto, un orador puede
comprometer seriamente la eficacia de su labor persuasiva si se
dirige exclusivamente a la inteligencia de sus oyentes. Porque ya
sabemos que no le habla a un ordenador que procesa datos. Habla para
personas que piensan y sienten al mismo tiempo y que toman decisiones
no sólo sobre la base del raciocinio puro, sino también sobre bases
emotivas y afectivas en un ciclo incesante.
Esto
tiene implicaciones cruciales
en el proceso de construcción del mensaje persuasivo que
analizaremos más adelante.
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