Nominalizaciones tales como “libertad”, “felicidad”, “amor”, “dignidad”, etc, dejan de ser procesos vivos, experimentados por personas concretas en situaciones concretas y se convierten en cosas que se intentan comprar en el supermercado de las ilusiones. Y como cosificaciones son enarboladas por demagogos de todo pelaje para amamantar y halagar a las masas hambrientas de éxtasis y sentido de la vida.
Por Ramón Maceiras López
Desde que la Programación Neurolingüística (PNL) postulara a mediados de la década de los setenta del siglo XX su modelo de influencia del lenguaje sobre nuestra programación mental y demás funciones de nuestro sistema nervioso, la oratoria contemporánea, la persuasión, la comunicación, el coaching y la terapia entraron en una nueva etapa de desarrollo.
Desde que la Programación Neurolingüística (PNL) postulara a mediados de la década de los setenta del siglo XX su modelo de influencia del lenguaje sobre nuestra programación mental y demás funciones de nuestro sistema nervioso, la oratoria contemporánea, la persuasión, la comunicación, el coaching y la terapia entraron en una nueva etapa de desarrollo.
Desde
entonces, las neurociencias no han hecho más que corroborar el modo en que
nuestra programación mental y nuestro sistema nervioso se reflejan en nuestro
lenguaje y por ende en los patrones lingüísticos que empleamos. Los
comunicadores eficaces del siglo XXI partimos del postulado de que el desempeño
de nuestra red nerviosa (neuro) está estrechamente vinculado a nuestras
habilidades lingüísticas. Así mismo nuestros programas o estrategias de
comportamiento sientan sus bases en patrones neurológicos y verbales.
Usamos el
lenguaje para representar nuestra experiencia y a esa actividad humana la
llamamos razonar, pensar, fantasear, alucinar… Al usar determinadas palabras o
patrones creamos un modelo único y subjetivo de nuestra experiencia. También
nos servimos del lenguaje para comunicar nuestro modelo del mundo. Y a eso lo
llamamos hablar, conferenciar, persuadir, deliberar, escribir o cantar…
El viejo
Aristóteles ya conocía la relación entre las palabras y la experiencia mental.
Y muy intuitivamente se acercaba al concepto que denomina “estructuras superficiales”
a las palabras habladas y escritas, transformaciones a su vez de otras
“estructuras profundas” que subyacen en el fondo de la psique. De tal modo que
las palabras tienen el poder de reflejar
y al mismo tiempo moldear las representaciones mentales de la experiencia
humana. Si logramos descifrar esas estructuras profundas de las que surge la
expresión lingüística, podríamos influir decisivamente en los pautas de
comportamiento de las personas, tanto en el plano consciente como en el
inconsciente, ya que los patrones lingüísticos revelan (para quien sepa
interpretarlos) los programas mentales de las personas. Tal operación es
realizada diariamente por hipnotistas clínicos y terapeutas en todo el mundo
con fines sanadores y por oradores especializados en gestionar el cambio con
alta capacidad persuasiva. Y también por temibles demagogos y estafadores de
toda laya.
Esta
perspectiva o encuadre hace del lenguaje una parte esencial de la experiencia
mental y no sólo un espejo pasivo que refleja tal experiencia. Como ha
establecido la PNL, el sistema nervioso es responsable del sistema
representacional del lenguaje. Ese sistema nervioso es el que produce todos los
sistemas humanos de representación del mundo (VAKOG).
De tal manera
que el lenguaje puede ser paralelo e incluso substituir las experiencias y
actividades efectivas.
“Hablar de
algo” puede hacer que se reproduzca una experiencia o incluso modificarla
profundamente (experiencia secundaria). Concentrarse en el recuerdo de una
experiencia sexual agradable usando el encuadre “como si estuvieras ahí”… puede
hacer que se reproduzca la misma excitación y los mismos cambios físicos de la
experiencia original primaria. Un orador hábil en ese tipo de mecanismos
neurolingüísticos puede producir determinados estados emocionales en el público
y activar determinados programas de comportamiento.
La
experiencia sensorial primaria se refiere a los datos recibidos por nuestro
sistema perceptivo (ojos, nariz, oído, boca, piel…). Es la materia prima sobre
la cual construímos nuestros modelos del mundo, nuestros mapas mentales. Esa
experiencia primaria se combina con experiencias secundarias de otro tipo como
las alucinaciones y fantasías, generadas internamente por el individuo y no
percibidas por los sentidos, y por la red de pensamientos, creencias, valores e
identidad que se convierten en filtros de la experiencia sensorial. Así, la PNL
diferencia entre entre experiencia primaria y secundaria. La primera es la
información del entorno que recibimos a través de los sentidos. La experiencia
secundaria trata de los mapas verbales y simbólicos con los que representamos,
organizamos y filtramos nuestras experiencias primarias. La experiencia
secundaria está sujeta a todos los procesos de generalización, omisión y
distorsión y sus respectivos patrones lingüísticos.
Desde la
perspectiva PNL toda experiencia es siempre subjetiva y se convierte en nuestra
“realidad”. Encuadramos la experiencia primaria como la más rica, creativa y
sensorial, por encima de la secundaria o virtual, filtrada a través de mapas
verbales y simbólicos. Aunque el cerebro humano no sea capaz de diferenciar una
de la otra en la práctica. Este hecho concreto es el que le otorga a la palabra
todo su poder persuasivo y generador de comportamientos.
Mapas y territorios
El modelo que
la PNL propone para operar con el lenguaje tanto en su papel de creador de
modelos del mundo como comunicador de esas representaciones, se basa en el
principio de que “el mapa no es el territorio”. Postulado por el fundador de la
Semántica General, Alfred Korzybski (1879-1950), el principio pone el acento en
la diferencia entre el mapa que nos hacemos del mundo y el propio mundo. Esta
distinción es crucial para entender la gran confusión contemporánea, la cual
queda plasmada en el fantástico relato de Jorge Luis Borges sobre el infausto
empeño de un monarca por tener un mapa exactamente igual al territorio de su
reino.
La paradoja
sistémica consiste en que al estar “convencidos” de que muestro mapa del mundo
es el “correcto”, convertimos al mapa en territorio e impedimos que se amplíen
nuestros horizontes perceptivos y representacionales.
La capacidad
de hacer mapas del mundo es una habilidad superior del sistema nervioso y
perceptivo de los seres humanos. El lenguaje es también un mapa o modelo del
mundo. En el proceso de modelado lingüístico realizamos las operaciones de
generalización, omisión y distorsión y creamos nuestro mapa subjetivo para
guiarnos por él en el camino de la vida y transmitir nuestra experiencia a
otros seres humanos.
Pero esta
superior capacidad simbólica se convierte en una inagotable fuente de problemas
para la Humanidad al soslayarse el principio de Korzybski y al no ser
adiestrados desde temprana edad en la diferencia entre el “mapa” y el
“territorio”.
Korzybski
también formuló su “ley de la individualidad”, según la cual “no hay dos
personas, dos situaciones o dos etapas de un proceso que sean iguales en
detalle”. Nuestras experiencias son únicas y nuestro dominio del lenguaje
abrumadoramente insuficiente para representar esas experiencias. Tendemos
entonces a generalizar y suponer que los otros responden de igual manera a
tales estímulos. Nominalizaciones tales como “libertad”, “felicidad”, “amor”,
“dignidad”, etc, dejan de ser procesos vivos, experimentados por personas
concretas en situaciones concretas y se convierten en cosas que se intentan
comprar en el supermercado de las ilusiones. Y como cosificaciones son
enarboladas por demagogos de todo pelaje para amamantar y halagar a las masas
hambrientas de éxtasis y sentido de la vida.
La PNL
postula, pues, que todos tenemos nuestro modelo del mundo. Vamos construyendo
ese mapa interno con nuestro lenguaje y con la huella que los estímulos que
captamos del entorno dejan en nuestro sistema sensorial perceptivo mientras
vivimos nuestras experiencias. Construímos ese mapa a través de
generalizaciones de experiencias concretas, omitimos ciertos datos que no nos
parecen importantes y distorsionamos la experiencia de distintas formas.
Nuestro sistema nervioso hace que el mapa resultante sea único y personal. Ese
mapa se convierte con el tiempo en un filtro neurolingüístico a través del cual
interpretamos las experiencias y guiamos nuestra acción en el mundo. Ese mapa
está lleno de nuestras capacidades, creencias, valores, identidad y visiones
transpersonales.
Y a menos que
expandamos incesantemente nuestro mapa del mundo y ampliemos continuamente
nuestra percepción, llegaremos a creer firmemente que ese mapa subjetivo que
hemos construido día a día es efectivamente igual al territorio por el que
transitamos. A partir de ahí, nos sumaremos al inmenso ejército de poseedores
de la verdad revelada y absoluta, contribuiremos con nuestra obcecación al gran
caos de la sociedad contemporánea y seremos pasto de toda suerte de salvadores
de la patria y gurús que “comparten” nuestro mismo mapa del mundo y “sí saben”
lo que necesita la “gente”.
El encuadre
PNL implica que no hay ningún mapa del mundo “verdadero” o “correcto”. Y es
comprobable que las personas más eficaces y autorrealizadas son aquellas cuyos
mapas los hacen más perceptivos al mayor número de posibles caminos a seguir
ante una situación concreta, los que muestran más flexibilidad y no han perdido
su instinto exploratorio, ya que estas personas prefieren las experiencias
sensoriales a las secundarias verbales y simbólicas.
Bandler y
Grinder, los fundadores de la PNL modelaron a muchos de esos personajes de su
tiempo (Fritz Perls, Virginia Satir, Milton Erickson, Walt Disney, entre
otros) y todos coincidían en mapas del
mundo muy personales, actitud abierta ante los retos, hambre de aprendizaje,
alta motivación y voluntad innovadora.